Una jornada monástica
Introducción.
La oración cristiana y monástica:
Ya que el hombre proviene todo él de Dios, debe reconocer y confesar este dominio de su Creador, como en todos los tiempos hicieron al orar los hombres piadosos. La fuente de la oración cristiana es Cristo mismo, Señor de todos los hombres y único mediador por quien tenemos acceso a Dios. Pues de tal manera une a sí toda la comunidad humana, que se establece una unión íntima entre la oración de Cristo y la de todo el género humano. (n.6)
Siguiendo el consejo evangélico de orar sin cesar, los monjes han santificado el día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas. Siete veces al día unen sus voces para cantar las alabanzas del Señor, mediante el canto de los himnos, salmos y cánticos tomados de las Sagradas Escrituras.
La estructura de la celebración:
“Tanto en la celebración comunitaria, como en la recitación a solas, se mantiene la estructura esencial de esta Liturgia, que es un coloquio entre Dios y el hombre. Sin embargo, la celebración comunitaria pone más de manifiesto la índole eclesial de la Liturgia de las Horas, facilita la participación activa de todos, conforme a la condición de cada uno, con las aclamaciones, el diálogo, la salmodia alternada y otros medios semejantes y tiene más en cuenta los diversos géneros de expresión. Por esto, siempre que pueda tenerse una celebración comunitaria con concurrencia y participación activa de los fieles, ha de preferirse a una celebración a solas y en cierto modo privada. Es recomendable, además, que, en la celebración en el coro y en común, el Oficio sea cantado, respetando la naturaleza y la función de cada una de sus partes.” (n.33)
Vigilias
Las Vigilias
La jornada monástica comienza con la oración litúrgica del Oficio de Vigilias. El oficio se compone del canto o recitación de los salmos en los que la Iglesia, por medio del monje, eleva su voz a Dios, para después escucharle en su Palabra.

Vigilias
A semejanza de la Vigilia Pascual, los Padres de la Iglesia exhortan a los fieles, sobre todo a los que se dedican a la vida contemplativa. La oración de la noche, con que se expresa y 2 se aviva la espera del Señor que ha de volver: “A medianoche, se oyó una voz: ¡qué llega el esposo, salid a recibirlo!” (Mt 25,6). “Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos” (Mc 13, 35-36).
San Bernardo nos enseña que “el que desea orar no debe tener sólo las circunstancias de lugar, sino también las del tiempo oportuno”. El tiempo totalmente libre es el más cómodo y apto, especialmente cuando la noche impone un profundo silencio. Entonces la oración es más libre y más pura. “Levántate de noche, al relevo de la guardia, derrama como agua tu corazón en presencia del Señor” (cf. Lm 2, 19). ¡Qué secreta sube de noche la oración, ante la única presencia del Señor y del ángel que la recoge para presentarla en el altar del cielo! ¡Qué grata y lúcida, sonrojada por la timidez del pudor! ¡Qué serena y plácida, no perturbada por el vocerío clamoroso!” (Sermón sobre el Cantar de los Cantares, 86,3).
La lectio divina
Al terminar este Oficio los monjes continúan su oración mediante la lectura de la Palabra de Dios.

Vigilias
La lectura asidua de la Escritura revelada es necesaria para llegar a un conocimiento profundo de Cristo. La Palabra de Dios no se contenta con una simple lectura espiritual, o como curiosidad intelectual. En cuanto educadora del corazón, la palabra inspirada reclama un ejercicio completo del hombre. La Palabra de Dios es viva y eficaz (cf. Hb 4, 12) y, por excelencia, educadora del corazón. El Señor nos concede su Palabra para que le escuchemos cuando leemos y le hablemos con ella cuando oramos. No siempre es sencillo entrar en esta dinámica, se requiere un mínimo de aprendizaje y constancia en el ejercicio para ir venciendo las dificultades que van apareciendo. Los Padres de la Iglesia comparaban las Sagradas Escrituras con una “corteza” dura y a veces amarga, pero encubridora de la dulzura de la gracia que protege de la fácil y rápida manipulación del hombre.
Laudes
Las Laudes
Al amanecer comienza la celebración de la Eucaristía, unido al Oficio de Laudes, en que la comunidad eleva a Dios su acción de gracias por el don de un nuevo día.

Las laudes
Las laudes matutinas están dirigidas y ordenadas a santificar la mañana, como salta a la vista en muchos de sus elementos.
San Basilio expresa muy bien este carácter matinal con las siguientes palabras: “Al comenzar el día, oremos para que los primeros impulsos de la mente y del corazón sean para Dios, y no nos preocupemos de cosa alguna antes de habernos llenado de gozo con el pensamiento de Dios, según está dicho: ‘A ti te suplico, Señor, por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando’” (Sal 5, 4-5)
Esta hora se celebra con la primera luz del día, trae, además, a la memoria el recuerdo de la resurrección del Señor Jesús, que es la luz verdadera que ilumina a todos los hombres.
Como nos enseña San Cipriano, “se hará oración por la mañana para celebrar la resurrección del Señor con la oración matutina”
Tercia, Sexta y Nona

Tercia, Sexta, Nona
Tras el desayuno tiene lugar el rezo del Oficio de Tercia, y tras una hora de lectura comunitaria se inicia el trabajo del día, que se prolonga hasta unos minutos antes del Oficio de Sexta que tiene lugar al mediodía, al que le sigue la comida en común y un tiempo de descanso. La jornada se reanuda con el Oficio de Nona, tras el cual vuelve la comunidad al trabajo hasta la media tarde, momento en que los hermanos vuelven a entregarse a la oración personal y la lectio divina.
Conforme a una tradición muy antigua de la Iglesia, los cristianos acostumbraron a orar por devoción privada en determinados momentos del día, incluso en medio del trabajo, a imitación de la Iglesia apostólica; esta tradición desembocó en distintas celebraciones litúrgicas. Tanto en Oriente como en Occidente se ha mantenido la costumbre litúrgica de rezar Tercia, Sexta y Nona, principalmente porque se unía a estas horas el recuerdo de los acontecimientos de la pasión del Señor y de la primera propagación del Evangelio.
Trabajo
Los monjes están sometidos a la ley del trabajo: tienen que ganarse la vida para satisfacer necesidades propias y ajenas “pero siendo siempre sinceros en el amor” (Ef 4, 15).
Para amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma se necesita también amarlo con todo el cuerpo. El camino de la sabiduría pasa también por la armonía del cuerpo. En este sentido, la desvinculación entre sabiduría y trabajo es más que palpable en nuestra sociedad de consumo. La gente se afana y se inquieta en un forcejeo constante, ya no tanto para solventar las necesidades más indispensables, cuanto para mejorar un tren de vida y garantizar un mejor sistema de necesidades.
Cuando falta moderación, el trabajo agota y embrutece. En esto el monasterio cisterciense es un testimonio para el hombre de nuestro tiempo de que es posible y necesaria una sabia moderación en el trabajo, capaz de redimir y no de oprimir a las personas.
Vísperas
El Oficio de Vísperas tiene lugar al caer la tarde, en el que los monjes, reuniéndose de nuevo en la iglesia, celebran la oración litúrgica de la tarde, como un canto de acción de gracias a Dios por la jornada transcurrida.
Al finalizar, los monjes, tras un tiempo de oración personal, se dirigen el refectorio para cenar.
Se celebran las Vísperas por la tarde, cuando ya declina el día, “en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto” (san Basilio Magno).
También hacemos memoria de la redención por medio de la oración que elevamos “como incienso en la presencia del Señor”, y en la cual “el alzar nuestras manos” es “como ofrenda de la tarde” (cf. Sal 140,2)… y para orientarnos con la esperanza hacia la luz que no conoce ocaso, “oramos y suplicamos para que la luz retorne siempre a nosotros, pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de la luz eterna” (San Cipriano).

Vísperas
Completas
Completas y canto de la «Salve Cisterciense»

Completas
Antes de terminar la jornada, los monjes se reúnen en la sala capitular donde el P. Abad explica la Regla de San Benito u otros aspectos de la espiritualidad monástica como enseñanza instructiva a los monjes.
Tras quince minutos, le sigue el Oficio de Completas para pedir a Dios que nos proteja en el descanso nocturno, y, en el que cada día, los monjes terminan su jornada con el canto a la Virgen de la conocida “Salve cisterciense”.